La porcicultura también es cuidar
- marketing38005
- 9 jul
- 3 Min. de lectura
Cuando pensamos en la porcicultura, es común que algunas personas aún asocien esta actividad con una imagen antigua: crianzas en el fondo, en el patio, con poca estructura, casi sin tecnología y con pocos cuidados hacia los animales. Pero la verdad es que la porcicultura ha evolucionado mucho. Lo que antes era una práctica rudimentaria, basada en métodos simples, hoy se ha convertido en una actividad extremadamente tecnificada que une ciencia, tecnología y, sobre todo, cuidado. Cuidar se volvió parte central de todo el proceso, no solo como una exigencia del mercado, sino como un principio fundamental para garantizar la sostenibilidad, la calidad y el bienestar, tanto de los animales como de las personas involucradas.
Hace décadas, la cría de cerdos se hacía de manera mucho más artesanal, con alimentación poco balanceada, poca preocupación sanitaria y estructuras improvisadas. Las pérdidas eran grandes, la productividad baja y la calidad de la carne no seguía estándares claros. Fue a partir de los años 70 y 80 cuando la porcicultura comenzó a transformarse significativamente. Las inversiones en genética trajeron animales más eficientes, saludables y mejor adaptados a las exigencias del mercado. La nutrición se profesionalizó, con raciones formuladas con precisión, garantizando no solo un mejor desarrollo de los animales, sino también una carne más saludable para el consumidor.
Al mismo tiempo, la mirada sobre el bienestar animal comenzó a ganar fuerza. Si antes el foco era exclusivamente la productividad, hoy se entiende que no hay productividad sostenible sin respeto al animal. Cuidar a los cerdos pasó a ser sinónimo de proporcionar confort térmico, ambientes seguros, espacios adecuados, manejo libre de estrés y prácticas que respetan el comportamiento natural de los animales. Esto no es solo una cuestión ética, es una exigencia biológica y económica. Un animal bien tratado responde mejor, crece más, enferma menos y produce una carne de calidad superior.
Paralelamente, la bioseguridad se volvió una verdadera línea de defensa invisible dentro de las granjas. Si antes la lógica era combatir las enfermedades cuando surgían, hoy el concepto es prevenir, creando barreras sanitarias, controlando rigurosamente la entrada de personas, vehículos e insumos, y monitoreando constantemente cualquier señal de riesgo. Esto protege no solo la salud de los animales, sino también la seguridad alimentaria de las personas que consumen productos derivados de esta cadena.
Y esta evolución no se detuvo. La tecnología llegó para transformar completamente la rutina de las granjas. Sistemas automatizados controlan ventilación, temperatura y humedad; sensores monitorean el comportamiento de los animales en tiempo real; softwares de gestión controlan desde el consumo de alimento hasta el aumento de peso, y todo esto se traduce en una operación mucho más eficiente, sostenible y, principalmente, centrada en el cuidado.
Cuidar, en la porcicultura moderna, no es solo mirar al animal. También es asumir una responsabilidad ambiental. Hoy, los desechos que antes eran un problema se transformaron en solución, con sistemas que generan energía, producen biofertilizantes y ayudan a cerrar ciclos de producción de forma limpia e inteligente. Además, este sector mueve economías locales, genera empleos, fortalece comunidades y pone en la mesa de millones de personas una proteína de alta calidad, producida con responsabilidad.
Es en este escenario donde empresas como Frivatti se destacan, justamente por entender que la porcicultura es, por encima de todo, un acto de cuidado. Cada proceso, cada etapa, cada decisión dentro de Frivatti lleva este compromiso: garantizar bienestar animal, calidad, sostenibilidad y seguridad. Desde la granja hasta la mesa del consumidor, existe una cadena de personas comprometidas en hacer de la porcicultura una actividad cada vez más responsable, ética y alineada con las demandas del presente y del futuro.
La verdad es que la porcicultura que vemos hoy es resultado de décadas de evolución, adaptación y compromiso. Y si existe un camino para el futuro de esta actividad, sin duda pasa por una palabra que se volvió central en todo el proceso: cuidar. Cuidar a los animales, cuidar el medio ambiente, cuidar a las personas y cuidar el propio futuro del sector. Porque quienes viven la porcicultura saben, en la práctica, que producir carne no es solo un negocio. Es, sobre todo, un acto diario de cuidado y responsabilidad.



Comentarios